Las bibliotecas, paraíso de los ñoños, prisión de los mentecatos, infierno de los disléxicos desahuciados... Ahora que tengo su airada atención déjeme corregir: paraíso de los eruditos, bibliófilos, bibliómanos, lectores empedernidos y escritores; prisión de los funcionarios públicos y privados, de los escolares ruidosos y de la gente simple; infierno de los disléxicos desahuciados, si, porque ellos sólo con ayuda divina podrán leer adecuadamente. No hace falta explicar lo que es una biblioteca, ni que las hay generales y especializadas, como tampoco hace falta decir que las hay públicas y privadas, grandes y pequeñas. Me gustaría creer que tampoco hay que referirse a su importancia capital en el desarrollo integral de las personas y las sociedades a las que pertenecen. Pero eso sería pedirle demasiado a la vida. Vivimos en una sociedad que odia los libros, que los desprecia, los destruye, los relega, los enjuicia y los proscribe. Herederos de una herencia cultural que condenaba l...