La estupidez humana es la fuente de todos los males de la humanidad. La estupidez humana es hermana de la ignorancia, pero a diferencia de ella no desaparece al adquirir conocimiento sino que se mantiene en la medida en que ese conocimiento no es procesado a través de la razón. Mientras más razonamiento haya sobre determinado conocimiento y menos dudas haya, menor será la probabilidad de que la estupidez permanezca.
Decía Umberto Eco que las redes sociales le han dado voz a una multitud de idiotas y tenía mucha razón al decirlo. Tener la libertad de decir lo que uno quiera no implica que uno tenga la razón, para muestra el parlamentario oficialista que confesando no conocer las leyes nacionales decía no estar obligado a acatar las disposiciones de la Corte de Constitucionalidad. He ahí la estupidez en su máxima expresión. Su ignorancia respecto del contenido de las leyes se disiparía leyéndolas, así de simple. Pero su necia obstinación de no acatar las resoluciones de una institución constitucional van más allá de todo lo razonable y cuerdo.
Tan fácil que es confundir la estupidez con la locura, Pero mientras en la locura el hombre no es capaz de dimensionar sus acciones, no puede definir la línea entre mal y bien y por lo mismo no puede sacar beneficio ni ventajas para sí, en la estupidez la maldad tiene su justa dimensión y se usa adrede para obtener beneficios y ventajas. Se actúa de manera egoísta justificando perversamente el bienestar propio a costa del malestar colectivo y a costa de la vulneración de toda forma de institución social.
La estupidez no tiene escalas ni es exclusiva de los políticos, la dimensión de la estupidez humana es relativa al grado de atención que el estúpido en cuestión reciba. Y es acá donde la frase de Eco cobra sentido, hoy día cualquiera con acceso a las redes sociales puede acabar convertido en un sujeto mediático. Ahí vemos a Rodrigo Polo, defensor de los corruptos, que hace gala de su ! ignorancia y su estupidez a través de Twitter y Facebook. Y como él hay cientos que opinan sin tener fundamentos racionales válidos. Opinan desde sus prejuicios, desde su ignorancia voluntaria, desde intereses y pasiones particulares, desde sus pobres y perversas interpretaciones de la realidad.
Y es que no es un delito ni un pecado ser ignorante, todos lo somos por naturaleza. Nacemos sin saber nada y todo debemos aprenderlo. El error garrafal es creer que sólo podemos aprender en las escuelas y universidades y que sólo la educación formal salva al hombre. La empatía, la alteridad, la compasión, el amor, el perdón,y muchas otras virtudes sólo pueden aprenderse a través de la experiencia directa en el diario vivir. La ignorancia que no puede tolerarse es la ignorancia voluntaria nacida de la pereza, del desinterés, de la procrastinación y de la necedad.
La estupidez es peligrosa porque prescinde de todo razonamiento válido, no acepta argumentos contrarios, es intolerante, es inflamable, es fanática y extremista, está ciega y sorda, es una bestia hambrienta frenética y desquiciada cuyo único objetivo es saciar su voraz apetito de riqueza, de destrucción o de maldad. La estupidez no reconoce etnias ni posiciones sociales, credos religiosos ni posicionamientos políticos, ni géneros ni sexos ni naturalezas sexuales, tampoco edad o grados académicos o fortuna acumulada. La estupidez es universal, es la pandemia de todos los tiempos.
Es la estupidez lo que permite creer que los puestos públicos son medios de enriquecimiento y es también la estupidez la que justifica y normaliza en el discurso colectivo popular que si un funcionario "roba pero hace" entonces sus robos están justificados. Es la estupidez la que facilita, es la estupidez la que justifica la inacción de un Gobierno porque la situación es "atípica". Es la estupidez la que justifica la corrupción y la impunidad porque "siempre ha sido así".
Pero señalar la estupidez en los demás es casi siempre una sentencia de muerte física o social, es vulnerar los imaginarios colectivos, es ir en contra de la opinión generalizada, es un autoexiliarse, es arrojarse desnudo a un hormiguero, ganarse a una multitud tonta de enemigos mortales.
Quien señala la estupidez de los otros debe ser capaz de examinarse a sí mismo, de aprender de sus errores, de criticarse sin reservas, de aceptar sus fallas y sus faltas y corregirlas. Pero sobre todo, debe tener una sed infinita de conocimiento y basarse en la razón y la lógica. Debe ser capaz de escuchar y observar y de considerarlo todo más allá de lo evidente y por encima de todo miedo y temor.
Vivimos en una sociedad donde la tecnología de la comunicación avanza a pasos agigantados y donde el conocimiento se ha hecho asequible a todos, donde las distancias en tiempo y espacio se han reducido a un suspiro. Pero la gente no quiere aprender, tampoco quiere informarse, deciden permanecer en un estado de ignorancia voluntaria y con ello arrojarse al profundo abismo de la estupidez social.
Aferrados a sus prejuicios, a sus mitos, a sus tradiciones y costumbres que sostienen prácticas y patrones sociales que los sumen en el atraso, en la marginalidad, en el racismo, en el clasismo, el sexismo, el machismo y otras tantas aberraciones.
Fue por la estupidez humana que quemaron vivo al herbolario maya, como por estupidez que han asesinado a micoleones y osos hormigueros confundiéndolos con el demonio. La superstición es una forma de estupidez inexcusable. Es por estupidez que se cree y se acepta que los habitantes del rural son de segunda clase frente a los habitantes de lo urbano obviando su condición de humanidad.
Es tanto lo que hay por decir al respecto, pero basta con esto por el momento.
Decía Umberto Eco que las redes sociales le han dado voz a una multitud de idiotas y tenía mucha razón al decirlo. Tener la libertad de decir lo que uno quiera no implica que uno tenga la razón, para muestra el parlamentario oficialista que confesando no conocer las leyes nacionales decía no estar obligado a acatar las disposiciones de la Corte de Constitucionalidad. He ahí la estupidez en su máxima expresión. Su ignorancia respecto del contenido de las leyes se disiparía leyéndolas, así de simple. Pero su necia obstinación de no acatar las resoluciones de una institución constitucional van más allá de todo lo razonable y cuerdo.
Tan fácil que es confundir la estupidez con la locura, Pero mientras en la locura el hombre no es capaz de dimensionar sus acciones, no puede definir la línea entre mal y bien y por lo mismo no puede sacar beneficio ni ventajas para sí, en la estupidez la maldad tiene su justa dimensión y se usa adrede para obtener beneficios y ventajas. Se actúa de manera egoísta justificando perversamente el bienestar propio a costa del malestar colectivo y a costa de la vulneración de toda forma de institución social.
La estupidez no tiene escalas ni es exclusiva de los políticos, la dimensión de la estupidez humana es relativa al grado de atención que el estúpido en cuestión reciba. Y es acá donde la frase de Eco cobra sentido, hoy día cualquiera con acceso a las redes sociales puede acabar convertido en un sujeto mediático. Ahí vemos a Rodrigo Polo, defensor de los corruptos, que hace gala de su ! ignorancia y su estupidez a través de Twitter y Facebook. Y como él hay cientos que opinan sin tener fundamentos racionales válidos. Opinan desde sus prejuicios, desde su ignorancia voluntaria, desde intereses y pasiones particulares, desde sus pobres y perversas interpretaciones de la realidad.
Y es que no es un delito ni un pecado ser ignorante, todos lo somos por naturaleza. Nacemos sin saber nada y todo debemos aprenderlo. El error garrafal es creer que sólo podemos aprender en las escuelas y universidades y que sólo la educación formal salva al hombre. La empatía, la alteridad, la compasión, el amor, el perdón,y muchas otras virtudes sólo pueden aprenderse a través de la experiencia directa en el diario vivir. La ignorancia que no puede tolerarse es la ignorancia voluntaria nacida de la pereza, del desinterés, de la procrastinación y de la necedad.
La estupidez es peligrosa porque prescinde de todo razonamiento válido, no acepta argumentos contrarios, es intolerante, es inflamable, es fanática y extremista, está ciega y sorda, es una bestia hambrienta frenética y desquiciada cuyo único objetivo es saciar su voraz apetito de riqueza, de destrucción o de maldad. La estupidez no reconoce etnias ni posiciones sociales, credos religiosos ni posicionamientos políticos, ni géneros ni sexos ni naturalezas sexuales, tampoco edad o grados académicos o fortuna acumulada. La estupidez es universal, es la pandemia de todos los tiempos.
Es la estupidez lo que permite creer que los puestos públicos son medios de enriquecimiento y es también la estupidez la que justifica y normaliza en el discurso colectivo popular que si un funcionario "roba pero hace" entonces sus robos están justificados. Es la estupidez la que facilita, es la estupidez la que justifica la inacción de un Gobierno porque la situación es "atípica". Es la estupidez la que justifica la corrupción y la impunidad porque "siempre ha sido así".
Pero señalar la estupidez en los demás es casi siempre una sentencia de muerte física o social, es vulnerar los imaginarios colectivos, es ir en contra de la opinión generalizada, es un autoexiliarse, es arrojarse desnudo a un hormiguero, ganarse a una multitud tonta de enemigos mortales.
Quien señala la estupidez de los otros debe ser capaz de examinarse a sí mismo, de aprender de sus errores, de criticarse sin reservas, de aceptar sus fallas y sus faltas y corregirlas. Pero sobre todo, debe tener una sed infinita de conocimiento y basarse en la razón y la lógica. Debe ser capaz de escuchar y observar y de considerarlo todo más allá de lo evidente y por encima de todo miedo y temor.
Vivimos en una sociedad donde la tecnología de la comunicación avanza a pasos agigantados y donde el conocimiento se ha hecho asequible a todos, donde las distancias en tiempo y espacio se han reducido a un suspiro. Pero la gente no quiere aprender, tampoco quiere informarse, deciden permanecer en un estado de ignorancia voluntaria y con ello arrojarse al profundo abismo de la estupidez social.
Aferrados a sus prejuicios, a sus mitos, a sus tradiciones y costumbres que sostienen prácticas y patrones sociales que los sumen en el atraso, en la marginalidad, en el racismo, en el clasismo, el sexismo, el machismo y otras tantas aberraciones.
Fue por la estupidez humana que quemaron vivo al herbolario maya, como por estupidez que han asesinado a micoleones y osos hormigueros confundiéndolos con el demonio. La superstición es una forma de estupidez inexcusable. Es por estupidez que se cree y se acepta que los habitantes del rural son de segunda clase frente a los habitantes de lo urbano obviando su condición de humanidad.
Es tanto lo que hay por decir al respecto, pero basta con esto por el momento.
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