Todavía recuerdo ese 13 de marzo tan lleno de emociones, de cuando el presidente anunció que el nuevo coronavirus había sido importado al país.
Yo andaba lejos de casa. Pero, a mi retorno, por la noche, me encontré con estos panoramas:
1. Caos familiar
2. Caos vecinal
3. Caos municipal
4. Caos, caos y más caos…
Esto, debido
a la infinidad de especulaciones que rondaban en el ambiente.
¿¡Qué si nos
quedamos sin papel higiénico; sin mascarillas; sin gel; sin guantes; sin
comidaaaaa!?
Y esta
paranoia colectiva se generaba a partir de ver en los noticieros, la situación -agravante-
a nivel internacional. Y principalmente, de ver cómo se abarrotaban los super
mercados y quedaban vacíos.
Recuerdo,
tan bien, cómo el rostro de mi madre, reflejaba preocupación (y no era
precisamente por lo que describí anteriormente).
Estábamos
solas en casa, en la cocina, intentando aterrizar ideas sobre qué hacer ante
tal situación; mientras, escuchábamos cómo se organizaban en la vecindad para
viajar a Chimaltenango, a traer productos de consumo básico e higiene, por
mayor, esa misma noche.
En el
ambiente se respiraba mucha tensión, preocupación, incertidumbre, miedo, mucho
miedo.
Y, después
de una hora y unos minutos de conversación, mi madre se acordó de uno de los
más grandes aprendizajes que mi abuela nos pudo haber heredado. Pero antes de
compartirlo conmigo, me vio con unos ojos tan llenos de esperanza y una leve
sonrisa que, no pudo transmitirme más que paz, en medio de tantas energías
negativas (y nunca lo voy a olvidar).
El mensaje
fue el siguiente:
Hija, creo
que estamos cometiendo un error al preocuparnos tanto.
-¿Por qué?
Porque, tu
abuela nos contó, cuando éramos más jovencitas, que, en tiempos de la guerrilla
y el terremoto, sobrevivieron con lo que tenían a la mano.
Y cada vez
que pasábamos por malos momentos, nos decía: “No hay necesidad de desesperarse,
de hambre no vamos a morir mientras tengamos maíz, frijol, cal y sal”.
Después de
escuchar semejante lección de vida, solo suspiré. Y la tranquilidad volvió.
Las
tortillas y el frijol, son alimentos que forman parte de la dieta alimenticia
de los pueblos originarios; y localmente, del pueblo maya. No importa si se
consumen en el desayuno, almuerzo y cena. Tampoco importa el color o el modo de
preparación.
Entonces, definitivamente,
podemos no morir de hambre, teniendo tantas alternativas a nuestro alrededor.
Otra de ellas, sería, pudiendo ir a buscar al campo, hierbas como, majk’uy, na’us,
much’, kulx, q’unq’un, etc. que también forman parte de nuestra dieta y que,
consumimos sin problemas.
| Majk'uy rik'in wotz'otz. Mayo, 2020. Tomada por: Saqilri. |
Y, bueno… con
el maíz en el silo y los frijoles almacenados en costales, seguimos
sobreviviendo -nutritivamente-, en medio de esta crisis económica y sanitaria
que sólo se vinieron a aflorar, en este país de las eternas contradicciones.
Ya es hora
de empezar a trabajar por la tan anhelada soberanía alimentaria, ¿no?
¡A sembrar!
¡A sembrar!
Viernes, 03 de julio de 2020
Saqilri
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