Sus memorias vuelven a hacer una parada por allá por los 90’s.
Recuerda que su padre, a veces, se
la llevaba al estadio (que en ese entonces era de tierra) a verlo jugar.
Dicen que era el mejor defensa central
de la época, y que era el último hombre de su lado, porque era quien intimidaba
a todo aquel que quisiera pisar su área.
Ella, solo tiene flashazos de los
momentos de gloria de su padre.
Y parte de ellos, los tiene
gracias a unas cuantas fotografías que conservan en un álbum familiar.
Cuando ella tenía 7 años, se
atrevió a pedir permiso para formar parte del equipo de fútbol de su escuela. Era
muy “pequeña”, todavía. En casa le dijeron que sí, en la escuela, también. Pero,
en esta última, la tenían en la banca todo el tiempo, no solo por la edad,
también por la estatura. Sus compañeras de equipo eran de quinto y sexto, y
ella, a penas estaba en tercero. Durante los partidos de los campeonatos
intercolegiales, nunca la dejaron jugar. Claro, el interés era ganar y en la
cancha no querían arriesgarse a tener a una chiquilla que pudieran derribar de
un empujoncito. Así terminó la primaria, sin poder patear un balón en algún
partido oficial, de su equipo.
En esa época de ilusión, soñaba
con ser una futbolista que saliera en la tele. Y aun sin ver partidos en donde
las protagonistas fueran mujeres, ella creía que debían existir (aunque ya
existían, pero, no los transmitían con la misma regularidad que los de los hombres).
Siempre se preguntó por qué no
había una liga femenina en su municipio, así como la masculina, en donde jugaba
su papá. Pero nunca supo. Nunca se lo preguntó a nadie.
También, se preguntaba si existía
una selección nacional de mujeres. Le preguntó a su papá y ahí supo que sí
había una.
Desde el momento que supo que sí
había una, su sueño era ser parte de ella y, por supuesto, poder salir en la
tele.
Cada vez que su pie derecho
acariciaba el balón, su imaginación la transportaba a una cancha inmensa, llena
de aficionados que la ovacionaban y celebraban junto a ella, los goles que
metía, luciendo una camisola blanca, con una línea celeste en el medio.
Su mayor inspiración siempre fue
su padre. Además de querer ser futbolista (de otro nivel), ella sólo quería ser
como su papá.
Aunque él era un defensa, por excelencia,
a ella nunca se le dio serlo. Lo de ella era estar al frente y meter goles.
Aun cuando sus sueños recaían en
un balón de fútbol, no se le cumplieron.
Estaba bien jugar fut, pero, solo
como un entretenimiento. Nada más.
Eso no le iba a dar de comer. Además,
“las mujeres no tienen futuro como futbolistas profesionales”, le dijeron.
Sus sueños fueron asesinados
vilmente, a la edad de 7 años.
Bueno… pasaron los años. Ahora, ella
no es una jugadora profesional, ni nada por el estilo. Pero, en sus ratos
libres, cuando “patea”, o cuando juega finales con algún equipo de su municipio, todavía recuerda a esa niña que
quiso darlo todo por ser una Marta Vieira.
Final, categoría femenina (futsal) - Torneo clausura. Patzún, julio de 2019.
Viernes,
14 de agosto de 2020
Saqilri
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