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La servidumbre voluntaria




Los hechos nos demuestran que, antes que ser un pueblo respetuoso de las figuras de autoridad, somos un pueblo voluntariamente sometido a la servidumbre, que acepta los abusos como algo natural y los agradece, no por una parafilia masoquista sino porque los hemos normalizado como lo natural, lo bueno, lo aceptable y una consecuencia lógica del ejercicio del poder.

La diferencia entre respeto a la figura de autoridad y la servidumbre voluntaria no es tenue ni ambigua sino fuerte y perfectamente definida. ¿Por qué pues cometemos un error tan serio al confundirlas? Dejando de lado explicaciones simplistas, como que somos tontos o poco capaces de diferenciar o poco educados, debemos hallar la respuesta en razones de fondo, es decir, ir más allá de la forma y centrarse en la estructura.

Algunos dirán que la falta de educación no es algo simplista sino un elemento estructural. Bueno, sí y no, a pesar de la contradicción aparente hay que hacer ciertas aclaraciones. En primer lugar, el mero hecho de tener formación escolar no nos prepara para diferenciar entre respeto a la autoridad y sometimiento voluntario. ¿Por qué? Porque si la educación no está diseñada con fines formativos integrales emancipatorios sino con fines de sometimiento y estandarización de pensamiento, entonces no habrá capacidad de diferenciar. Todos los individuos escolarizados repetirán a pie juntillas el conocimiento oficial recibido sin cuestionarlo por considerarlo una verdad absoluta.

Y es que los establecimientos de educación oficial pública y los de educación privada, a través de la mayoría de los colegios clasemedieros, se atienen a cumplir con el currículum oficial de estudios fomentando un pensamiento mediocre diseñado para formar siervos temerosos y no líderes prudentes y estrategas.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que junto a la educación formal, la educación informal, recibida a través de la familia y otras instituciones sociales (tradición, religión, cultura, etc), también se dedica a fomentar la servidumbre bajo una falsa definición de respeto. Llegamos a considerar que aquel que cumple los formalismos establecidos, aceptados y validados es educado, sin importar si el cumplimiento de esos formalismos vulnera y denigra su condición humana.

De ahí que con solvencia pueda decir que la educación no nos libra de la servidumbre voluntaria. A menos, claro está, que esa educación nos emancipe y nos dé las herramientas necesarias para cuestionar la verdad oficial y para hallar la verdad cruda y genuina detrás los hechos que se nos ocultan, y que, una vez hallándola, nos permita alcanzar la libertad absoluta que nos hará trascender cualquier limitación.

El respeto verdadero es la admiración y veneración que se siente por la autoridad genuina y no usurpada, autoridad que ha surgido de los méritos y cualidades que una persona posee y que le han hecho merecedor de un cargo determinado.

Culturas milenarias como la china y la japonesa se han basado en el respeto y la meritocracia y su gente es capaz de diferenciar entre respeto y servidumbre y con mucha más razón entre respeto y servilismo. Hubo excepciones, por supuesto, el humano siempre es humano, pero con todo ello, la noción de respeto se mantuvo como valor social.

La servidumbre, entendida como la condición del siervo sometido a un amo, puede ser forzada o voluntaria. En su variante forzada, es la consecuencia del sometimiento violento que se ejerce sobre un pueblo por parte de otra nación o por parte de la élite dominante. Los sometidos devienen en vasallos tributarios, en el mejor de los casos, o en esclavos miserables, en el peor de ellos.

En su variante voluntaria, la servidumbre es el resultado de un largo proceso de asimilación de la condición de siervo por parte de un individuo, un grupo social o un pueblo entero. Asimilación y naturalización de esa condición, así como de la condición de dominio del amo o amos.

El servilismo por su parte, es la condición de vileza en la que un individuo vende su dignidad a cambio de unas migajas de algo. Es arrastrarse para conseguir un beneficio por mínimo que sea. En todos los pueblos del mundo, en toda la historia humana, siempre ha habido individuos serviles capaces de vender a su propia madre por un cobre.

Las servidumbres forzadas siempre terminan con el transcurso del tiempo, no hay pueblo que aguante mil años las cadenas ni élite capaz de mantener su dominio forzoso. La rueda del Samsara gira y los papeles se invierten. Roma, Egipto, las ciudades-estado de la Grecia clásica y de la Mesoamérica precolombina han dado cuenta de ello. Imperios surgen de moribundos imperios decadentes entre ríos de sangre y duran lo que un suspiro en el hilo interminable de la historia.

La servidumbre voluntaria en cambio puede durar milenios y continuar ad infinitum si los valores no cambian y si la forma de pensamiento no se modifica. La caída y el alzamiento de imperios no altera esta servidumbre porque está escrita en los genes del pensamiento colectivo. El individuo, aunque libre, se sabe siervo de otros y acepta esa condición de buena gana y con alegría. Ni siquiera el discurso más inflamado y subversivo hace mella en sus convicciones porque la servidumbre es para él algo natural.

El continente americano fue víctima de una violenta invasión por los españoles, ingleses y portugueses a la que le siguió un proceso de sometimiento ideológico en el que no sólo se sustituyó las culturas existentes y su respectiva constitución sociopolítica sino que además se generó un proceso de asimilación y naturalización de la servidumbre bajo la idea del respeto que ha continuado hasta el presente, incluso mucho tiempo después de la caída de los imperios británico, español y luso y de múltiples guerras intestinas a lo largo y ancho del continente.

Así hemos llegado a confundir el respeto con el grado de servidumbre mostrados. Mientras más agacha la cabeza un individuo y más se denigra, más respetuoso se le considera.

Somos individuos libres, nacidos en una nación republicana y democrática y seguimos comportándonos como vasallos sumisos del amo feudal. Los gobernantes se comportan como caprichosos monarcas absolutistas y nosotros aceptamos sus acciones como algo aceptable y normal.

A los presidentes se les recibe con actos folclóricos, banquetes, y vestimentas de gala entre fanfarrias y desfiles conmemorativos. Todo pagado con el dinero del pueblo. Se les tolera la ofensa y el escarnio y ante ellos se dobla la rodilla y se les besa la mano. Y todo esto se considera un acto de respeto a la autoridad aunque no sea sino un acto de sumisa servidumbre.

Desobedecemos las leyes aunque éstas sean la autoridad encarnada y obedecemos las locuras de los gobernantes porque creemos que es lo natural y aceptable. Somos siervos voluntarios y lo disfrutamos.

Y no sólo a los gobernantes, sino a la élite criolla, blanca y acomodada. El patrón es amo y señor con ingerencia en la intimidad de sus siervos-empleados. La tradición, la educación formal y la cultura nos han condicionado a la obediencia ciega y lo hemos aceptado y lo ejercemos.

Todos los símbolos culturales están orientados a mantener la servidumbre y la adoración de los amos, la historia oficial nos impone héroes y próceres para su adoración a tal punto que el criminal invasor ocupa el principal lugar de honor en los centros emblemáticos de gobierno y los más cruentos tiranos se nos antojan figuras divinas merecedoras de un culto perpetuo.

Lo triste de la situación es que esta servidumbre voluntaria sólo se supera voluntariamente y no parece que la gente esté dispuesta a cambiar su condición de servidumbre.

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