La ciudad parecía de lo más normal a esas horas. En las calles se comenzaba a escuchar el sonido de los automóviles y el azote de los portones de las casas. Javier abrió los ojos de golpe, ¡otra pesadilla!, de esas en donde unos mareros mataban a su familia. A su lado está Camila, su esposa, sigue dormida. Javier admira sus curvas desnudas de la noche anterior, no puede evitar levantar la sabana e irse encima de Camila, ella despierta espantada, siente los dedos esqueléticos de Javier y abre más las piernas.
– ¿A vos que te picó?, dice medio dormida
– Es que me gustas tanto desnuda
– ¡Son las 5 apenas! Tené gracia.
– Ni que te fueras a acabar por un polvito madrugador, además, bien que abrís las piernas.
– Es que lo hice involuntario, por el sueño.
– Dejá de decir que no te gusta y subite mejor.
Las bocinas de los vehículos aumentaban conforme pasaban los minutos, a lo lejos se escuchaba el crujir de las botellas de plástico que eran estranguladas por las llantas lisas de los carros. La pareja puso la almohada en la cabecera de la cama y tuvo sexo hasta que la alarma comenzó a insistir.
– ¡El niño! Se va a despertar y nos va a ver
– N´ombre, no seas así mujer, que ya casi acabo.
– Pero apurate, que hoy tengo muchas cosas que hacer también.
Después de 5 minutos, sale Javier despavorido hacía la habitación de Carlitos, – Mijo levantate, ya es tarde, hay que ir a la escuela –, le dice mientras sacude la cama. –Apurate, recordá que hoy salgo temprano y podemos ir por un helado –, replica mientras se aleja.
Camila sirve el desayuno y después de dos minutos ya se encuentra en la puerta – Se me cuidan pues, me cuidas al nene vos –, dice mientras cierra de golpe.
Del otro lado de la ciudad, Emilio alista su mochila, busca entre sus pantalones un billete de 5 quetzales. Camina hacia el baño y se ve al espejo, se mueve un poco el pelo para atrás y sonríe. Pero no es una sonrisa cualquiera, tiene miedo, miedo de salir a la calle y respirar el humo negro de las camionetas que sabe a muerte.
Javier, Carlitos y Emilio salen de su casa un poco apurados, toman el mismo bus, aunque se suben en paradas y horarios distintos.
Javier se despide de su hijo con un beso y le dice que no se vaya a ir, que él le promete pasar a tiempo. Javier es guardia de seguridad, lleva años en el mismo trabajo que le da lo suficiente para mantener a su familia. Aunque muy poco tiempo para pasar con ella. Por eso aprovecha cada permiso que le dan sus superiores. – Otro día de rutina –, piensa.
Emilio llega a la zona 1, sube a un segundo piso en donde hay un bar. Pide una cerveza mientras le cuenta al cantinero su hazaña de haber entrado a su casa a las 7 de la mañana. – Aun estoy algo bolo, va vos, es que solo así voy a aguantar el trancaseo de hoy –, le dice mientras se empina la botella. Enciende un cigarro y saca uno de sus teléfonos.
– Aló. Simón. Cabal vos. Yo digo que nel viejo, cara me salió esa tu onda. Nel. Decile al Dany, ¿o qué? ¿ya te manda ese cerote?. A mi me pela la verga, ¿me entendés?, tenes compromiso con el barrio. Dejá de poner trancas y hace el paro, si no te vas a meter a un problemón con el jefe. Vivo pues.
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En la sala de espera de la consulta externa, de un hospital de la ciudad, se encuentra Lucia con su bebé. Lucia tuvo muchas complicaciones durante su embarazo y cuando nació Manuelito. El pobrecito apenas respiraba, pasó entubado casi un mes después de que le diagnosticaran neumonía.
Lucia tuvo que dejar su trabajo para cuidar a su hijo, y todo el dinero que ganaba Luis, su esposo, se lo gastaban en medicinas e idas al hospital. Después de 5 meses difíciles, Manuelito venció su enfermedad, pero tenía que ir una vez a la semana para exámenes de rutina, pues una recaída lo hubiese matado.
A pesar de encontrarse en un hospital, con tanto drama alrededor, Lucia se encuentra tranquila, juega con su hijo mientras espera un turno que al fin llega.
Todo transcurre con normalidad. La ciudad es aburrida, apesta a muerte, apesta a asaltos en las calles, a políticos corruptos, ciudadanos inconformes, simplemente apesta.
Emilio y otros cuatro amigos ya se encuentran en un carro, cargados de armamento pesado, – va a estar bueno el día –dice Emilio mientras enciende un cigarrillo con sus manos temblorosas. Emilio está asustado, le asusta la ciudad, le asusta el humo de las camionetas, le asusta morirse de cáncer por eso, a sus 16 años. A Emilio le asusta, le asusta mucho.
Hace 5 años, cuando Emilio apenas tenía 11, un hombre quiso arrebatarle la cartera a su mamá, su madre se espantó y empujó al asaltante, este no dudó en acribillarla a balazos; ella cayó como un saco de huesos y quedó tendida en el pavimento. Aun estaba viva cuando llegaron los bomberos, pero al ingresar a emergencias del hospital, no pudieron atenderla a tiempo y murió.
Y Emilio lloró, lloró como nunca, lloró a cántaros en la emergencia del hospital, y nadie lo abrazó, nadie lo confortó, a nadie le importó….
No sabía que haría con los gastos, no sabía en donde iba a enterrar a su madre, estaba solo y la pena le carcomía el corazón. Pedirle ayuda a su padre le aterraba, le dolía. ¿Cómo iba a pedirle dinero al hombre que varias veces abusó de él? ¿Cómo iba a verle a la cara y decirle que estaba quebrado? ¿Cómo iba a darle gusto a ese mal nacido?
– ¿Estás ahuevado nene?
– Nel, no me espanta meterle un par de tiros al primer hijueputa que mire.
– Cabal, al primero que se te atraviese, ¿Me entendés?.
No era cierto, a Emilio no le gustaba matar, lo aborrecía, lo odiaba con todo su ser. Pero fueron las maras las que lo acogieron cuando se quedó huérfano, era su nueva familia, decía para sus adentros.
Estacionaron el carro en un lugar cercano al hospital y mientras llegaba su objetivo, se metían unas líneas de cocaína para agarrar valor.
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– ¿Qué tenés vos Javier? Acabado te miras mano.
– La vida de casado vos.
– ¿Chimando te la pasaste va cerote?
– ¡Hace sho! Dejá de decir mierdas.
– Pues si no te han chimado en tu casa, aquí lo van a hacer los reos si no te pones vivo.
– Con eso de que a cada rato piden permiso para ir al hospital, no creo vos.
– Eso si va.
Ambos guardias subieron a la patrulla y se dirigieron al hospital.
A las afueras de mismo, Emilio y sus amigos se preparan para liberar a su líder que va por una muestra de sangre. No pueden fallar, pues su vida depende de ello.
La patrulla llega, entran al hospital. Don Jacinto hace la limpieza de rutina. Javier, hace trabajo de rutina. Una niña de 15 años está por dar a luz a su primer hijo. Lucia y Manuelito entran a consulta. Un enfermero se prepara para extraer una muestra de sangre.
Hay enfermos en todo el pasillo, tosen, se retuercen, gritan, lloran, lloran quedadito, lloran exagerado. Todos tienen la muerte en la espalda, su vida es tan miserable, que esperan con ansias un pronostico terminal. Otros luchan, luchan por no morir, no saben que vivir en un país como este, no vale la pena, que su cuerpo les hace un favor al enfermarse.
De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, Jacinto ensucia con su sangre, el piso que acaba de trapear. Cae de culumbrón y renuncia al trabajo que una vez amó y le dio de comer.
Javier está en la puerta, siente las ráfagas en su cuerpo, y en su ultimo soplo de vida no pide ayuda, dice suavecito y con un suspiro – cómprenle un helado a mi hijo–. Queda tendido en el asfalto, con los ojos abiertos. No murió tranquilo, su mirada es inquieta, penosa, dolorida. Javier odiaba romper promesas.
Adentro se arma el caos, ráfagas y ráfagas golpean las paredes y uno que otro cuerpo.
Lucia escucha los disparos e intenta cubrir a su hijo con su cuerpo, pero es demasiado tarde… Manuelito no alcanza a dar su ultimo suspiro, es acribillado frente a su madre. Lucia grita, grita de angustia, abraza a Manuelito, le dice al doctor que la ayude; pero este tiene una bala en la cabeza. Lucía está sola con el cadáver de su hijo que al fin había sanado, se preguntá porqué la dejaron viva, ¿Por qué ella y no su bebé?
El pánico se apodera del hospital, enfermos y enfermeros corren a esconderse, y aquellos que ya no tienen aliento para moverse, cierran los ojos y se resignan a acelerar el proceso.
Raúl, el enfermero que sacaba la muestra de sangre, se golpea con una mesa a sus espaldas, se echa para atrás, la bala le pasa a un lado de la oreja, siente lo caliente del aire, cae al suelo y sus pantalones están mojados. Se hace el muerto, intenta no moverse, pero su corazón está tan acelerado que hace ruido por toda la habitación. Los hombres huyen por el techo, él queda inmóvil.
El hospital se hunde en un completo silencio, apenas se oyen los sollozos, acompañados de varios “shhhh” de la demás gente, que compite por aguantar la respiración.
Poco a poco van saliendo todos de su escondite, primero los pacientes, luego los practicantes, los enfermeros y por ultimo los doctores.
Raúl, el enfermero, abre los ojos por fin, ve a toda la gente de la habitación muerta. Corre al baño, saca su pene y empieza a masturbarse, se masturba pensando en los pechos de su mujer abofeteándole la boca. Se masturba pensando en las nalgas de su mujer, en como las pellizca cuando tienen sexo. Se masturba con fuerza, con pasión, excitado hasta las venas, porque en ese momento, es lo único que lo puede hacer sentir vivo.
Lucia llama a Luis, le dice que se va a matar, Luis apenas le entiende, pero ya vio las noticias y va de camino al hospital. Lucia está tendida en el suelo, hay sangre salpicada en su pecho y su cara. Sangre de su hijo. Abraza el cuerpecito, le besa la frente. Saca las toallitas húmedas de su pañalera y comienza a limpiarle la sangre, se gasta todo el paquete y lo arropa, arropa a su bebé mientras intenta venderle su alma al diablo.
El transito es horrible, pero Luis llega a tiempo, a tiempo para vender su alma al diablo junto a su esposa.
En la escuela, la directora saca a Carlitos de clase, se lo entrega a su madre, que tiene los ojos hinchados, hinchadísimos. Carlitos no entiende nada, quiere ver a su papá, grita por su papá, hace berrinche porque quiere un helado.
Su madre se lo compra, se sientan en un parque, Camila hace un par de llamadas, toma la mano de su hijo, mientras el otro, apenas está llegando a la meta.
Emilio se encuentra custodiado por varios agentes, no se arrepiente de nada dice, que está orgullosos de lo que hizo, repite. Pero es mentira, Emilio está asustado, tiene miedo, Emilio le tiene miedo a la ciudad, al humo de las camionetas, a los hospitales y ahora, a la cárcel.
ref. https://www.prensalibre.com/guatemala/justicia/ataque-en-hospital-deja-25-heridos-y-un-muerto/
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